viernes, 25 de abril de 2014

LAS CARTAS SIN REMITENTES. 4

     Note sus pasos acercándose. Me paralicé. El miedo que sentí en ese momento no podía ser normal. Era el ser que me atrapo en el agua, el ser que me escribió en el espejo, ese era el ser de mis pesadillas y el que había exterminado a toda la raza humana. No me podía creer aquello. Vi como su sombra se extendía en mi espalda y notaba como respiraba. Eche a correr sin mirar a mis espaldas. Corrí pues, verdaderamente, mi vida iba en ello.

Corrí varias calles hasta perder de vista el parque. Cuando me di la vuelta para ver si había dejado ese parque a tras me alegre, había corrido más que nunca y cuando me di media vuelta supe que estaba a muchos metros de ahí. Pero al intentar volver a caminar me di cuenta de una cosa: el parque estaba en frente de mí, otra vez. Esto era muy raro. Sabía que no tenía escapatoria. Me fui a adentrar en el parque, al dar el primer paso algo me empujo y quede, por unos segundos aturdido, cuando me recupere estaba en mi casa. Acababa de entrar por la puerta de mi casa. 
Todo estaba tal cual lo deje. El silencio predominaba, reinaba el silencio más absoluto. Ni hablar quería, pues ese silencio era digno de conservar. Oí un ruido en el piso de arriba, cuando mire hacia las escaleras mí una sombra pasando de un lado a otro, casi sin tiempo para poder verla, por el pasillo del piso de arriba. Ya no tenía miedo a ese ser. Me quería enfrentar a él. Quise subir las escaleras. Casi llegando a la mitad, vi por el rabillo del ojo que acababa de entrar al salón, que estaba a la derecha de la entrada. Baje corriendo y cuando entre en la sala estaba empezando a sonar una sonata de Beethoven. Ese ser es un aficionado a mis discos. La Sonata para piano n. º14, “Claro de Luna”.  Vi su sombra en mi cocina y corriendo fui hasta ella. Y solo estaba la carta, envuelta con un lazo amarillo. Al abrir la carta, ¡Oh que estupor! Otro poema:

Beethoven sonando con su grandeza
Ondean sus notas en el aire
Rodeándonos con su belleza.
Juega con esas notas superfluas
Ambicionando más riqueza.

Esa historia me recuerda
A una fábula muy común
Con un rey muy avaro
Casi tanto como tú.

Ahora deseas amigos
Ahora me deseas ver
Pero como a este rey
Por todo querer
Y por ello poco hacer,
Que Baco a ti te de
Su mismo poder.

     ¿Cuál fue mi reacción? Reírme. “vente aquí,  no seas cobarde”, le decía mientras más me reía. Corriendo subí las escaleras hasta llegar a mi cuarto. Una vez allí “sal aquí, cobarde. Si es verdad que tanto poder tengo ahora y todo en oro lo convierto. Sal y te hare a ti de oro. Así valdrás más de lo que vales ahora, ser inmundo.” En mi mesa de noche había un libro al que le tenía mucho cariño, de H.P. Lovecraft, “El Necronomicón”.  Me vi ese libro abierto por una página y subrayado un nombre: Cthulu y sobre mi almohada un busto suyo. A él si le tenía miedo por su poder en los libros. Si lo escrito se hiciera real todo el mundo sería una locura. Los ojos del busto comenzaron a teñirse de rojo y seguido un tono amarillo intenso y del salió un chirrido muy estrepito. Me asuste bastante. Y corrí pasillo hasta llegar a las escaleras cuando las fui a bajar le vi. Vi a ese ser de espaldas a mí, justo al final de las escaleras. Me agarre del pasamanos para bajar y cuando lo toque, pensando que de oro se haría, no fue así, simplemente se hizo polvo. Se deshizo en mis manos. Pensé: “este es su final, lo tocare y así acabare con todo mi mal”. Ese ser tenía una gran túnica negra cubriéndole desde la cabeza a los pies. Oí un ruido, antes de llegar a bajar todas las escaleras me di media vuelta y me vi la estatua de Cthulu mucho más grande y lo peor. Estaba viva. Se intentó abalanzar sobre mi yo para protegerme lo intente agarrar y quedo petrificado en el aire. ¿Un demonio es indestructible incluso contra la fuerza de un dios?


     Estaba asustado y a la vez algo cabreado pues pensaba que ese ser ya no estaría ahí. Baje los últimos escalones y levante mi mano hacia ese ser. Antes de tocarlo giro de golpe. Me asuste, quede atónito ante su rostro. Caí en las escaleras de golpe. Ese ser se abalanzo sobre mí y quedamos cara con cara. Ese ser, tenía mi cara. Era yo. Pero yo sabía que ese no era su verdadero rostro. Yo sabía que eso era una macara. Lo quería matar, por ello le agarre con mi mano derecho su mano izquierda y se le transformó en polvo al instante. Pero, no supe que hacer. Un fuerte dolor me dio en mi mano izquierda, cuando me la mire estaba convirtiéndose en polvo también. Ese ser me cogió la mano que aun tenia y se la llevó hasta una pierna. Y así el perdería esa pierna, pero yo también. Por ultimo empezó a acercarse la mano a su rostro… mi rostro. Con todas mis fuerzas, las pocas que ya me quedaban, intente apartar mi mano. Pero ya era tarde. Mis dedos ya habían tocado sus mejillas y ya notaba como su piel se secaba hasta hacerse añicos y con ella, mi cara también. 

jueves, 24 de abril de 2014

LAS CARTAS SIN REMITENTES. 3

      Otro día más, con miedo a mi propia casa, me desperté. Desayune con pavor a que cualquier cuchillo de la cocina valora hacia mí. Pero nada paso, y lo peor, no sabía si me tenía que alegrar por ello. Aquello me estaba volviendo loco, aunque, lo pensaba y me decía: “ya estoy loco, no solo por lo que me estaba pasando, sino también porque aún no me había ido de allí”.

     Todo parecía escrito por un psicópata, un perturbado al que, al ver como es la vida queda traumado con sus propias ideas y preguntas sin contesta.

     Ese día, quiso un amigo, que saliera a dar una vuelta y despejarme, aunque él no sabía nada de lo que me pasaba. Necesitaba descansar sin aguas vivientes y enfurecidas de Poseidón o sangre derramada en honor al gran Ares.

Llegue a la casa y pasamos unas cuantas horas hablando, cuando en ese momento empecé a sentirme algo famélico y le comente la idea de salir a comer fuera. Le encanto y salimos y comimos en un bar, donde, la comida servida era magnifica y el café muy bueno. Siempre iba a este bar por el café. Cuando ya salimos y caminamos por la calle durante largo rato, empezó a atardecer. El ocaso lo odiaba. Ese era el momento en el que los enamorados se proclamaban reyes del mundo objetando que ante el amor el sol se postra.  Era el momento de los amantes y del amor en general.

     Mi amigo tenía que irse, pero yo prefería quedarme un poco más de tiempo. Pasee durante un cuarto de hora, puede que media. Vi que anochecía y tenía algo de frio por ello volví al bar y pedí una manzanilla para entrar en calor y después irme al infierno al que llamaba casa. Cuando me sirvieron me di cuenta que ya era de noche, y que no me había llegado ninguna carta. Eso me alegraba y a la vez me extrañaba. Mire a mi alrededor y no vi a nadie raro. En el bar solo estaban las camareras y creo que una mujer en la mesa de mi espalda.

Terminé de beber y salí de ese lugar. Quería ir a mi casa y olvidarme de todo, intentar no encontrarme con nadie y mucho menos con una carta. Cuando iba a torcer la esquina:

-¡señor, señor! Se ha dejado esto.- dijo mientras corría hacia mí la camarera que me había servido. Me gire y ¡Qué sorpresa! Una carta. Otra más. No había salido del infierno. Pero pensé: ¿qué pasaría si no la abro? Así fue, cogí la carta que la camarera me dio y cuando llegue a mi casa la deje en la mesa de mi cocina. Y no la quise volver a ver.

Subí hasta mi cuarto y cuando entre la vi en mi cama, me asuste, pero aun así no caería en la trampa. Fui al baño ya hasta cabreado con la carta y la mala suerte. Al entrar al baño vi la carta del diablo en la repisa del espejo. La cogí, la lance al suelo y con rabia grite: “¡Mal demonio, sal de aquí! No quiero ni una sola carta más. Sal de mi vida”. Cerré la puerta del baño de un portazo y dejé la carta por fuera. Una vez encerrado en el baño pensé en lo extraño que era que la carta no tuviera cinta. No había ningún color en la carta. Y por ello ¿qué me podría pasar sin ningún color? Cuando salí de la ducha, ya bañado, y me empecé a secar. Me entro un gran escalofrió que me recorrió todo el cuerpo y, en ese momento, ese ser invisible comenzó a escribir en el ahumado espejo:

Pensabas que de mi te librabas
Yo que tu no lo creía así
No te libraras de tu destino
Y tu destino es morir.
 
No quieres que nadie te moleste
No quieres ni que a ti se acerquen
Pues ten seguro que eso pasara
Serás el único sobre la faz.

No me podía creer lo que leía, Salí corriendo y cuando mire al suelo la carta no estaba, la verdad es que no me importó, pero cuando ya estaba en mi cuarto me mire en el gran espejo que tenía y estaba bien. No me habían amputado nada, estaba bien. Solo algo asustado y, como era propio esos días, mojándolo todo.

No pasaba nada y eso no me gusto. Me dormí bastante bien y alegre, nada me había pasado. A lo mejor el ser se cansó de mí y me dejo en paz.

     Tranquilamente desayune y cuando todo estaba completamente limpio salí a la calle con ganas de hablar con cualquier persona. Pero no había nadie y NUNCA MÁS habría nadie.

Ande por las calles extrañado por estar todo vacío, a la hora me empecé a asustar. Corrí de un lado a otro y no vi a nadie. Todo eso me daba bastante miedo, estaba completamente solo, ni un solo peatón, ni un solo coche, ni un solo local abierto. Cuanto más tiempo pasaba más corría yo. Girando de esquina en esquina. Pasando de calle en calle. Gire una esquina y mire a uno de los edificios más altos de la ciudad y en el estaban escritas con letras tenebrosas

La soledad es tu amiga y la única
Que te acompañará para siempre. 

     En ese momento una locura estallo en mí. Empecé a oír voces que me decían que no saldría vivo. Otras me decían corre, va a por ti. Otras que no tenía salvación, ese era mi fin. Corrí hasta la casa de mis amigos. NADIE. Corrí hasta los bares de confianza. NADIE. Solo yo y cuando llegue al parque donde encontré la segunda carta oí a alguien caminando a mis espaldas. No estaba solo. Ese ser iba a por mí.

miércoles, 23 de abril de 2014

LAS CARTAS SIN REMITENTES. 2


      Me desperté a la mañana siguiente, estaba todavía conmocionado con lo sucedido. “tengo que evadirme” pensé. Mi manía ante la limpieza era tal que me negaba a tener sucio el mas mínimo rincón de mi casa. Al desayunar y ensuciar has un vaso, tenía que lavarlo. Claro está que necesitaba bañarme desde que desperté, pero el miedo, al estar cerca del baño, aumentaba y el recuerdo que a mi mente viene del agua me atormentaba. Una vez lo ordene todo, cogí mi abrigo y salí de mi casa.

     Era un día de frio pero eso no me importaba. Fui al parque más cercano y a medida que pasaba el día se oscurecía más y más el cielo, y no era porque Helio tirara de su carro y se llevara el sol, sino porque las nubes cubrían el cielo impidiendo ver el más pequeño rayo de sol. Cuando me iba a ir, me levante y me puse bien la chaqueta y comencé a andar. Algo me obligo a mirar al banco que estaba a mi izquierda y me percate que una carta estaba en él. No ponía nada, pero sabía, por el lazo azul que la envolvía, que era para mí. La cogí y cuando quise abrirla para empezar a leer, comenzó a llover y, a prisa, fui hasta mi casa y una vez dentro me senté en mi sillón. Yo tenía un reproductor de música y mil discos, todos con los grandes de la música clásica: Bach, Mozart, Chopin, y mi favorito Beethoven. Me puse a escuchar a Beethoven, la 5ª sinfonía era mi favorita. Las cuerdas discutiendo, con los instrumentos de viento, por la supremacía de la orquesta, haciendo única cada audición. Abrí la carta muy despacio, con miedo, pero con seguridad. Claro estaba, otro poema:

Veo que te gusta Beethoven
Sus obras me recuerdas
Por la magnitud de las cuerdas
A cuando yo joven.

Tchaikovski yo creo
Que es mucho mejor
Con golpes de tambores
Quita de mi vida lo peor. 

Escucha su obertura de
Mil ochocientos doce
Y comprobaras que la muerte
Acecha en los rincones

 

     Yo no le haría caso a una carta, sin saber quién es el remitente, pero por lo que me paso, creo que sería mejor hacerle caso. Puse la obertura y empezaron los cánones. Mi obsesión me ganó y con miedo, fui a bañarme mientras, de fondo, se oía esta obra tan maravillosa. Me fui hasta la bañera y me bañe con bastante pavor, pero de pronto empezó el agua a salir muy fría. Salí de golpe, ya bastante frio hacía en la calle como para que yo m bañara con el agua así. Salí con mi albornoz y fui hasta el sótano, cuando llegué vi un charco formado por una gotera de una vieja tubería que estaba allí. La tenía que cambiar, pero no había tenido tiempo. Mire la caldera y estaba apagada. Alguien la había apagado y eso me dio bastante pavor. Quise salir corriendo de allí pero cuando me di cuenta el charco no era un charco, ya había crecido y me llegaba por el tobillo y muy rápidamente empezó a aumentar el nivel del agua. Corriendo llegue hasta las escaleras y cuando me di la vuelta habían casi metro y medio de agua. Aquello me pareció una locura, pero así era. Vi una sombra moviéndose en el agua pensando que era un suéter metí el brazo, cuando lo iba a tocar empezaron a sonar los tambores y me sorprendí, la puerta se cerró de golpe y cuando miré a ella algo me cogió del brazo. Cada golpe de tambor que Tchaikovski daba me india mas y ese ser que me agarro y me golpeaba contra el suelo y los objetos de mi alrededor. No podía mantener más la respiración, en ese momento entendí que el lazo azul de la carta era una clara referencia a mi hundimiento en el agua y a mi muerte. Quede inconsciente.

Desperté en mi sillón y un camino de agua desde el sillón hasta el sótano. Estaba empapado y con grandes hematomas por todo mi cuerpo. Alguien había cambiado el disco y había puesto a Chopin. La marcha fúnebre. Alguien iba a por mí. Sabía que iban a por mí. Pero como habían entrado, ¿cómo una carta escrita desde hacía horas sabía que oiría y en qué momento? Todo era muy extraño. Me levante y mire el sótano. Abrí la puerta con la sensación que algo había allí. Pero no había nada. No había NADIE. Todo estaba seco. Corrí a la ducha, me termine de duchar y me fui a dormir. No sabía cómo conseguía dormir con todo lo que me pasaba. Pero la pregunta más importante era: ¿Qué me pasaría al día siguiente?

martes, 22 de abril de 2014

LAS CARTAS SIN REMITENTES

     Una noche, no quiero recordarla bien, estaba intentando dormir. Ya era tarde. Aun así llamaron fuertemente a mi puerta. Salté de mi cama y, como alma llevada por el diablo, corrí hacia la puerta. Antes de yo abrir grité: ¿Quién es? Nadie contesto. Más fuerte aun grité: ¡¿Quién eres?! Mas nadie contesto. La puerta parecía derrumbarse con cada golpe. Para parar tal ruido abrí de par en par la puerta. NADIE. No había nadie y NUNCA HABRÍA NADIE. Lo que si vi fue una carta en el suelo. La cogí y una vez que estaba en mi habitación, me senté en la cama y la abrí. Un escalofrío intenso me recorrió todo el cuerpo. Parecía que algo estaba detrás de mí, miré y no había nadie, estaba completamente solo y todas las ventanas cerradas. En letra cursiva, un poema corto pero algo aterrador:


Bienvenido a este mundo
Al que nunca has de temer.
Sitio del que no te podrás esconder.
Donde reina el sueño profundo.

Esta carta está abierta,
Ya eres de los nuestros.
Pues estas letras que te muestro
Son, del infierno, la puerta. 

El lazo que tocaste,
Era de color rojo magenta.
Como el color de la sangre
Que a tu cuerpo sustenta. 

Como esta, habrá seis más,
Cada una tendrá un color
Que para ti simbolizara
Lo que a este mundo te unió.



     No sabía que quería decir la carta y tampoco si era, verdaderamente, para mí, solo había un lazo rojo y lo que más me sorprendió: no tenía remitente. Pensaba que era una broma. Todo era una broma de los amigos que por allí vivían.

     Entre tantos pensamientos y el color que tenía, comencé a sudar. Me fui a duchar. “una ducha fría me aliviara” pensé. . Soy alguien muy estricto con eso. Cuando estaba en la ducha noté algo viscoso sobre mí. Cuando mire me aterré. Era sangre, pero no sangre normal, sino sangre más clara. Era de color rojo, rojo magenta. Corriendo, Salí de la ducha, empecé a secarme, cuando me mire al espejo no tenía nada, solo me vi a mi mojándolo todo con AGUA.
      Me quede sorprendido. Mire dentro  de la ducha y solo había agua. Volví a entrar, aunque con miedo, y termine de ducharme. Una vez en mi cama, medite, hasta caer en los brazos de Morfeo, sobre lo que me había pasado. ¿Lo imagine o fue real? No tenía explicación, no lo comprendo. ¿Cómo fue posible? ¿Estaré loco?