viernes, 30 de mayo de 2014

EL CUADRO (CUENTO)


     Andando yo por mis jardines, uno de mis criados, corriendo, me vino a avisar.
-Señor, un hombre ha venido en su busca. Está en el salón esperándole.
Mi mayordomo fiel desapareció entre los manzanos que en mis tierras había. Terminé de fumarme el cigarrillo, me coloqué bien la chaqueta y fui caminando a paso lento. De camino a la puerta, miré a las grandes ventanas del salón y vi una sombra que cualquiera hubiera jurado que era la muerte sin guadaña, aunque no me preocupe.
     Llegué al gran salón. Cuando entre había un señor de avanzada edad sentado a mi viejo piano. Le ofrecí una copa de vino y, cogiendo una silla, me senté a su lado.
-¿Sabes tocar el piano?- le pregunte mientras ponía la mano dispuesta a tocar acordes.
-no, por desgracia no.- me contesto ese hombre entre sorbos dados a la copa.
-¿a qué ha venido?
-Siento mucho esto. Su padre ha muerto.
Esas palabras se clavaron en mi corazón como puñales en llamas. A pesar de que mi relación con mi padre no fuera muy grande, no nos veíamos sino una vez al año y era por navidad, me afecto la perdida, a pesar de todo, era mi padre y me crie junto a él.
-Sé que no le consolará saber que su padre le ha dejado toda su fortuna, pero mirando esta casa, no le hace falta más dinero.- me dijo ese hombre completamente vestido de negro.
En todo tenía razón, tenía una vasta fortuna y no me importaba que mi padre me hubiera dejado otra mayor o no.
Pasamos un buen periodo de tiempo, él consolándome y yo bebiendo, y como a la hora él, cogiendo sus cosas, se disponía a irse, pero justo antes, me dio las llaves de la casa de mi padre.
     Quería recordar viejos tiempos, cuando era niño y todo era luz y color, llamé a mi mayordomo y le dije que pidiera un carro y me preparara una gabardina para resistir el frio, la casa de mi padre estaba algo alejada del pueblo más cercano y, además, metida casi en la montaña, el frio que allí hacía por las noches no se podía explicar con palabras.
Llegué a aquella casa vieja y de destartalado aspecto, aunque para ser sinceros, aquella casa había soportado tanto el tiempo como las tormentas, le faltaba mucho para caer.
Entré e intenté acordarme de la disposición de todo en aquella casa. Logre llegar a la primera sala, donde mi padre se reunía con sus amigos. Vi todos los cuadros que tenía y recordé su manía de poner un papel, escrito a máquina, donde ponía la información de ese cuadro: título, autor, fecha y una pequeña descripción. Miré los que ya conocía para ver si había cambiado la descripción, pero no.
En uno salía el mismo, y debajo:
Amigo bajo un árbol en primavera
Javier Afonso Romero
12/5/1835
Este cuadro está pintado por una no mi grande
Amigos, una tarde la cual salimos a caminar
Por los jardines de mi castillo.

En otro ponía:
Mujer vestida con ropa nueva blanca
Javier Afonso Romero
09/9/1823
Este cuadro fue pintado en el cumpleaños
De mi mujer por mi fiel amigo Javier.

Y uno que mi padre quería mucho:

Día de tormenta: Tornados y Truenos.
Javier Afonso Romero
03/4/1859
Cuadro pintado en el crepúsculo del día
Mientras, desde mi salón, mirábamos
La Tormenta Solar a la cual se le llamaría,
Posteriormente, “evento Carrington”.

     En ese momento me cansé de ver la sala y quise ir a mi habitación, la cual estaba en el piso de arriba y esperaba que no hubiera cambiado. Cuando fui a subir las escaleras me di cuenta de que justo al final de las mismas, había un cuadro nuevo, un cuadro que nunca había visto yo. Me acerqué y acerqué el candelabro para ver hasta el más mínimo detalle. Era el cuadro de una joven mujer, muy guapa y de pálida piel. Ojo claros de un tono turquesa que nunca antes había visto. Rubia y algo delgado. Nunca antes había visto a una mujer tan bella como la pintada en aquel cuadro, parecía que iba a hablarme. Con la mirada perdida en sus labios y sus grandes pendientes, estuve unos minutos. Cuando recobré el sentido, busque el clásico papel donde la información se congregaba. No estaba, seguramente, a mi padre, no le dio tiempo de escribirlo, el cuadro parecía nuevo y seguramente no tuvo el tiempo suficiente como para escribir la información.
     Fui hasta mi habitación y vi como todo estaba exactamente igual que hacía 10 años, cuando apenas contaba con 16 años. Me acosté en la cama, ni una mota de polvo había, mi padre era un obsesivo con la limpieza, no soportaba ver ni una sola mota de polvo. Sus criados estaban limpiando todo el día sin descanso. Pensando aun en la muerte de mi padre y en aquel cuadro, del cual me había enamorado, me deje dormir.
A la mañana siguiente, cuando el sol entro por las ventanas, me despertó un leve ruido de quejidos. Sonaba como si una mujer gimiera, intentando evitar el llanto. Corrí hasta la barandilla para ver quién estaba en el salón. Miré y no vi a nadie. Me dispuse a bajar las escaleras, pues se oía más fuerte ese gemido, pero volví a mirar al cuadro. Parecía que me seguía con la mirada, esos ojos tan hermosos y esa piel tan magnífica. En ese momento me acerqué un poco más al cuadro, parecía llorar, acerque la mano hasta la cara de la joven, entonces noté su respiración, noté las lágrimas de la joven cayendo por sus mejillas y noté el calor de su piel. Pensé que era mi imaginación y sin prestarle atención di media vuelta y corrí hasta llegar al piso inferior, cuando llegue vi en el despacho de mi padre a una mujer sentada en su silla, aunque cabizbaja y llorosa.
-¿Quién eres tú y que haces en mi casa?- Pregunte a viva voz, pero no recibí ninguna contesta. -Contesta, ¿Quién eres?- no me contesto y tuve que acercarme, aunque algo temeroso.
     Cuando ya estuve a nada de tocar su hombro, levanto la cabeza, la reconocí: era la chica del cuadro, pero solo tenía una diferencia, sus ojos, sus ojos turquesa, de los cuales yo me había enamorado no los tenía, la tenía marrón. Ante la presencia de esa mujer, corrí hasta el cuadro para asegurarme que era ella, cuando mire el cuadro, esa mujer no estaba. El cuadro estaba vacío. Me acerqué aterrado a la mujer que miraba fijamente a la máquina de escribir de mi padre, la cual tenía un papel. La joven cogió el papel y lo dejo sobre la mesa, girado hacia mí, me acerque y empecé a leer, era la nota que pertenecía al cuadro y decía:

Mujer de los ojos turquesa
Javier Afonso Romero
20/8/1812
Este cuadro fue pintado justo después de que la joven,
Mi hija, saliera de la operación de vista.
A las dos semanas la joven murió por no resistir
El trasplante de retinas.

     Esa joven era mi hermana. No la conocí nunca, murió antes de que yo naciera, pero si había oído hablar de ella, justo en el momento en el que volví a mirar a ella, no estaba, no había nadie en la casa, solo yo. Cuando recorrí toda la casa, intentando encontrar a mi hermana, quería preguntarle muchas cosas, pero también estaba asustado puesto que no era ella, era su fantasma o su pintura. Todo era muy raro.
Cuando llegué a mi cuarto, miré en la cabecera de mi cama, había un cuadro, un cuadro donde había un vacío, solo estaba el decorado de fondo. Me acerqué y miré la nota que tenía en la parte baja:
Tiempo y Soledad
Javier Afonso Romero
23/1/1872
Este hombre murió pocos días después de su padre,
Así, dejaba atrás toda su fortuna y su falta de amor
Hacia su familia. Se egocentrismo no cabía en
Este reducido lienzo.

     Me giré y cuando me quise dar cuenta, algo me empujó hasta llegar a la cama. Me intenté agarrar a todo, pero no pude, tiraban de mi demasiado fuerte. Cuando me quise dar cuenta, estaba dentro del cuadro, no podía moverme, no podía salir de allí. Entonces, en mi habitación entro el hombre que me había dado la noticia del fallecimiento de mi padre. Se acercó al cuadro y tocando el marco dijo: “mi mejor obra. “ Mientras vi que, cuando se iba a ir cerró la puerta de mi cuarto, cuando me fije, en la puerta había un papel, en ese papel estaban los nombres de mis familiares, y sacando una pluma del bolsillo tacho mi nombre poniendo justo al lado una firma. La firma de la muerte:
“Javier Afonso Romero”
 
Con especial cariño queda, este cuento dedicado a las dos personas sin las que la vida del protagonista de mi vida, no seria lo mismo. gracias: SilentShadow12 y Tornado5555.

miércoles, 21 de mayo de 2014

Y ENTONCES DIRÁS (SONETO)

Dime hermosa dama, ¿por qué no salir?
Podremos caminar, saltar, ver el sol
Y cuando ya estemos cansados los dos
Dime ¿te querrás, tu de mi, despedir?
 
Dime hermosa dama ¿estaras junto a mi?
¿Verás al sol ponerse tras el gran mar?
¿oirás las aves tu nombre cantar?
Y mientras, ¿estarás tu junto a mi?
 
Tu mirarás el inmenso azul cielo.
Tu verás a eterna puesta de sol.
Tu oirás tu nombre cantado por las aves.
 
Y entonces yo solo te miraré a ti.
Yo unicamente te veré ä ti.
Y decir "estaré junto a ti" te oiré.

martes, 20 de mayo de 2014

A una dama se vende

Alguien vende a una dama.
Alguien la vende al mejor postor.
Alguien vende a la dama España
Y un germano es el comprador.
 
Alguien a mi España prostituye.
Alguien la ridiculiza sin piedad.
Alguien casi a España me funesta
Y el pueblo sin la cabeza levantar.
 
¿alguien? ese alguien ¿Quién es?
Mira al claro cielo y mira su color,
Mira el gran mar y mira su color,
Míralo y recuérdame el nombre
Que yo, ni quiero nombrarlo
Ni, seguramente, lo hare.

sábado, 17 de mayo de 2014

AHORA QUE TE VEO (SONETO)

Ahora que te veo, soy feliz.
 
Ahora vivo una primavera eterna,
Pues cada vez que te veo reír
Mi corazón, pasión, empieza a sentir.

Ahora que te veo, soy feliz.
Ahora que te veo me pregunto
Si, estando juntos, te veré sonreír,
Si sientes el mismo amor que yo por ti.

Ahora que te veo, soy feliz
Porque veo en ti mi perfecto futuro
Porque veo en ti mi verdadero yo. 

Porque ën ti veo yo a mi musa, a ti
Porque en ti solo veo un porvenir juntos
Porque ahora que te veo, veo el sol.

domingo, 11 de mayo de 2014

EN LA LEJANIA (SONETO)

Aun estando tu tan lejos de mi,
Puedo sentirte, notarte, amarte.
Soñar que puedo vivir junto a ti.
Soñar que tu ëres mi tierna amante.
 
Aun estando tu tan lejos de mi,
Puedo percibir tu dulce perfume,
Puedo percibir tu tierno mirar,
Hasta me conmueve tu forma e hablar.
 
Aun estando tu tan lejos de mi
Puedo jurar y juraré que nunca,
Jamás, te dejaré de querer, de amar.
 
Pues nunca te dejaré de adorar,
Aunque nuestras almas no estén juntas.
Aun estando yo lejos, te amare a ti.

sábado, 10 de mayo de 2014

ESE SER

Ya era muy de noche
Y con mi mujer quería cenar
Pero algo sucedería, yo lo sabía
Alguna cosa tenía que pasar
 
La puerta fue duramente golpeada
Y mi mujer ante esto, bastante asustada
Me dijo : "Abre tu la puerta estoy ocupada"
Ya veía lo que mi buena mujer me amaba.
 
A la puerta me acerque y, acongojado,
pregunte al que estaba al otro lado.
"¿Quien es? ¿Quién llama? ¿Quién el silencio
de la noche perturba con su golperío?
 
Mas fuerte a mi puerta llamaban
Y mas pregunté yo, muy temeroso
¿Quién es el osado que turba mi reposo?
Y nadie contestaba mientras la puerta sonaba.
 
Abrí la puerta de par en par
Aterrado estaba por saber quien era,
Mi sentido no conseguí recuperar
Pues ese ser que llamaba, era mi suegra.

LAS CARTAS SIN REMITENTES. 7


     Me desperté, pero algo me impedía abrir los ojos, pensé que era la tierra que aún me cubría pobre y desgarrado, pos los putrefactos cadáveres vivientes, cuerpo. Pensaba que yo ahora sería uno de esos muertos vivientes, no era así, y me alegraba, una alegría por fin. También me di cuenta que no había tierra sobre mi porque moví las manos y los pies y aunque me dolían bastante por todas las heridas que me produjo la tierra al caer sobre mí y los empujones y arañazos de aquellos seres.
      Cuando conseguí llevar mis manos a mi cara y a su vez a mis ojos me di cuenta que era una venda la que me prohibía abrir los ojos. Cuando, a duras penas, conseguí quitarme esa venda y vi una luz blanca sobre un techa aún más blanco. Ese techo estaba dividido en placas y a mí alrededor se oían ruidos extraños, como de máquinas.
Mire a mi alrededor y eran máquinas de hospital a las cuales estaba yo conectado; eran criómetros. Ante mi mirada, aun algo difusa y desenfocada por el deslumbramiento de aquel foco, logre ver una habitación de hospital.
       Realmente nunca había estado en ese hospital, y me resultaba extraño ver que estaba lejos de mi ciudad, ya que estaba claro, que ese no era el hospital de mi ciudad, y claro estaba, también estaba lejos de mi casa. Mi endemoniada casa.
     En pocos minutos, aun conmocionado, una joven rubia vestida con larga bata de enfermera, entro y sin decir ni una sola palabra, cogió un libro que había en una silla cercana a mí.
     “hola ¿sería tan amable de decirme dónde estoy?” le pregunte desde la camilla.
No me respondió. Ciertamente su rostro me era familiar, ese pelo rubio, esa pálida piel, ese perfume tan delicado y dulce; ¡Sabia que la conocía! Pero ¿De qué? Volví a preguntarle sobre mi paradero, pero ella seguía enfrascada en ese libro.
     - Séptima carta. Lazo negro- esa mujer leyó en ese libro esas palabras que me alejaron atónito.
¿Todo era parte de un libro? ¿Sería que yo estaba en coma, o por algún casual soñando y todo lo que esa mujer me leía yo lo vivía en el sueño? Aunque así fuera, ¿cómo había llegado hasta ahí?
Antes de que pudiera decirle nada continúo leyendo un poema, el poema correspondiente a la carta número siete:
¿Te ha gustado la aventura?
Pues no temas, no habrá más
Pero quiero que pienses en la vida
Y como la has de interpretar.
 
Sé que ahora me debes odiar
Sé que me debes detestar
Pero piensa que sin mi ayuda
Nunca hubieras vivido esta aventura.
 
Y con respecto al motivo o razón,
Que sepas que siempre he sido yo
El que te ha ayudado a disfrutar
De esta aventura algo difusa y singular.
 
-          ¿dices que ha sido una “grata” aventura?- le conteste furioso ante su lectura.
Se creó un silencio eterno que solo duro un segundo. Se levantó, cerro el libro y se fue de la habitación dejando en ella el libro con esas aventuras. Me fije en el libro y ponía en grande: “las Cartas Sin Remitente”. Intente fijarme más, pero no podía, no conseguí ver el nombre del autor. Creo que estaba en griego.
     Pocos minutos después de que la mujer se fuera, entraron unos doctores completamente tapados. Ni un ápice de piel conseguí verles. Eran cinco esos doctores, completamente tapados, quienes me rodearon mientras estaba en la camilla.
-          ¿Dónde estoy, doctor?- me dirigí a uno de ellos.
-          Estas con nosotros. Este bien. No te preocupes.
Al parecer mis palabras sorprendieron a otro doctor el cual le dijo “habla” a otro. ¿Qué era todo aquello? Entre tantos murmullos otro doctor me dijo “iremos un momento a buscar a una enfermera, ella te atenderá y cuidara mejor.” Ante esto, antes de que ellos se fueran les pregunte el nombre de la enfermera rubia que acababa de entrar en la habitación, a lo que me respondieron que dicha mujer no existía, y que mucho menos era una visita, puesto que esa planta estaba cerrada.
Quedé sorprendido. Ante sus palabras. Me levante y poco a poco conseguí llegar al parte médico que tenía a los pies de mi cama. Lo leí un poco por encima y quitando la jerga médica que no conseguí entender, si entendí:
“PACIENTE DIFUNTO. PROBANDO EL MÉTODO “SOTANAT”. NO ACERCARSE SIN PROTECCION, PUEDE SER PELIGROSO”
     ¡Difunto! ¡Yo no estaba difunto! Y ¿Qué era ese “Método Sonatat”? tenía que descubrirlo. Salí de mi habitación y cuando estaba en el pasillo no vi a nadie, Salí y camine por aquellos pasillos infinitos, no veía el fin. Cuando me di la vuelta, puesto que llevaba un buen rato caminando, no vi mi habitación, había desaparecido, camine intentando buscarla y lo único que encontré fue más pasillo para caminar. El silencio que existía se rompió de pronto con una leve voz. Era la voz de una niña canturreando. No se entendía bien lo que decía, camine un poco as y vi la habitación de la cual salía ese canturreo, entre y vi una niña sentada en una silla al lado de una cama vacía. Cuando me acerque a preguntarle cómo se llamaba o si se había perdido la niña me miro y siguió cantando: “No le temas a lo que no puedes ver, siempre se fiel y nada tendrás que temer.” Le pregunte como se llamaba esa canción que estaba cantando y la niña me dijo: “no gires la cabeza jamás, porque ellos te están viendo y quieren ir a por ti. Como hicieron con mi papa” señalo a la cama vacía, pero cuando mire, no era así. Vi a un hombre muerto desde hacía bastante tiempo puesto que ya estaba en descomponiéndose. Cuando mire a la niña no estaba y oí como un rumor procedía del pasillo, Salí y mire quien era, el pasillo estaba completamente oscuro, no había luz, pero, de entre la oscuridad sonaba un murmullo, algo que hablaba en la oscuridad. En ese momento sentí alguien tocarme la espalda y cuando me di la vuelta era la niña muerta, como el padre diciéndome: CORRE.
     Corrí y corrí y no quise mirar atrás porque ese murmullo se acercaba cada vez más a mí. Vi una puerta al final del pasillo y casi volé hasta ella, la abrí, me metí dentro y cerré la puerta. Suspire aliviado y me gire para ver donde había entrado. Estaba en un cuarto mortuorio, un grupo de mujeres vestidas de negro completamente estaban llorando alrededor de un ataúd abierto. Me acerque para darle el pésame a las mujeres y cuando mire a ver quién era el difunto, era yo.
     Me eche hacia detrás y tope con algo, cuando di media vuelta era el ser encapuchado, le quite la capucha para ver su rostro. Para mi sorpresa, sabía quién era. Era la mujer rubia. Ella me miro dulcemente y me dijo “ese ha sido tu fin” me cogió de la mano y me dijo cierra los ojos.
Los cerré fuertemente. Sentí confianza en esa mujer. ¿Sentía amor? Abrí los ojos y estaba en la nada, flotaba sobre la nada agarrado de la mano.
-¿Por qué me ha pasado todo esto?- le pregunte soltándole la mano. – ¿Qué hice yo?
“No es lo que has hecho, es lo que no has hecho. No has vivido la vida con ganas e ilusión. Es solo una demostración de lo triste que puede llegar a ser la vida. Pero, como has visto, ya no importaba, estabas muerto. Esas eran las mujeres que lloraban tu muerte. Ya no pasaba nada”
     Me quede atónito. Ella empezó a hablarme sobre mi vida, lo triste que fue, lo solo que me sentía. Ella me vigilaba y me seguía. En ese momento caí; ella estaba en todos lados. Me estuvo explicando que tanto en el parque, como en la cafetería, y por último en el hospital, ella estaba siempre ahí, vigilándome y mirando lo desdichado que era. Ella me intentaba salvar de la vida aburrida que llevaba. Ella empezó a alejarse de mi para dejarme en la soledad eterna y oscura, antes de que ella se fuera, le pregunte por el autor del libro y ella me contesto Θάνατος, y lo entendí todo. Θάνατος es la muerte griega y ese era su nombre y ese, a su vez, era el nombre, al revés, del “Método” que me hicieron en el hospital, como no me pude dar cuenta de mi muerte, si todo lo apuntaba así.
     Por último, antes de acabar nuestra conversación y perderla para siempre mientras estaba en la soledad eterna, le pregunte de que había muerto y ella me contesto en la lejanía: “De Soledad”.

viernes, 2 de mayo de 2014

LAS CARTAS SIN REMITENTES. 6

“A la muerte se le toma de frente, con valor, y después se le invita a una copa” (A. Poe)

     Era el ser encapuchado. Flotaba sobre la cama dejando caer esa gran túnica negra, deshilachada. Estaba asustado, tanto que me olvide por completo del que abría mi puerta. El ser flotante me tendió la mano. Asustado empecé a retroceder sin darme cuenta de que la puerta estaba abierta y que el engendro me estaba esperando con los brazos abiertos en los cual caí y viendo como sus manos me agarraban sin dejarme escapatoria. Su cuerpo era frio, y sus manos de hielo puro. Notaba esa capa caer sobre mí y confuso a la par que asustado, le mire el rostro. Desde que lo vi, le reconocí, era Deimos, la personificación del miedo y del dolor.

Cada vez apretándome más fuerte me susurro: “huyes del destino, huyes de la muerte”. “No” le dije yo, “yo no huyo de ese ser. No le tengo miedo”. En ese momento Deimos se rio de mí, en ese momento vi al encapuchado cerrando su mano y juntándola hasta su pecho finalmente, y para mi sorpresa, como un torbellino desapareció en un agujero de oscuridad del techo. Cubriéndonos con su capa me transportó, Deimos, junto a él, al cementerio. “¿Qué hacemos aquí?” le pregunte, “Tú eras el que decía que no tenías miedo a lo desconocido, y nada hay más desconocido que esto.”

No sabía a qué se refería, dando unos pasos al frente oí un rayo caer a mis espaldas, cuando mire Deimos no estaba y como era de costumbre, una carta puesta encima de la marca del rayo en el suelo. Era una carta con un lazo marrón. La cogí y antes de abrirla empecé a oír unos ruidos de desquebrajo. Mire a mi alrededor y no había nada. Quite el lazo a la carta y antes de poder abrirla volví a oír, pero ahora más fuertemente esos ruidos de resquebrajamiento, como si alguien rasgara la corteza de un árbol, o el ruido de ramas secas rompiéndose. Cuando más miraba menos veía y eso cada vez me asustaba más y por ello, más temblaba. Abrí la carta y había una nota, clara:

¡CORRE!

     Cuando mire al cementerio mí que la tierra se levantaba y que cada una de las tumbas expulsaba a cada inquilino que en ella habitaba. Me asuste, intente correr come me había dicho la carta. Eche a correr y al segundo paso una mano, esquelética, pero aun con trozos de piel, me agarro el pie con mucha fuerza. Grite, eso era lo que podía hacer en ese momento, puesto que el miedo se apodero de mí. Cada vez salían más cuerpos muertos, inertes. Algunos acababan de ser enterrados pues todavía tenían los ojos, el pelo, la ropa, otros, sin embargo, estaban completamente momificados. Estos parecías que solo con tocarlos se romperían, pero no era así, sabía que si me cogían no saldría vivo, estaría como ellos.

Con el talón de mi otro pie golpee la mano que me agarraba y como pude Salí corriendo. Corrí todo lo que pude, cuando mire a mis espaldas vi a Deimos mofándose de mí, sus carcajadas se oían en todo el cementerio. Vi los muertos levantarse de sus tumbas y, como persona que acaba de despertar, andar con sed de sangre, sangre humana, mi sangre. Incluso vi como algunos habían sido apuñalados y aun después de muertos seguían sangrando. Vi bichos, hormigas, lombrices que se movían por sus cuerpos. Algunos incluso dentro del cuerpo. Viendo los detritívoros recorrer los cuerpos muertos no sabía si vomitar o correr más. No podía correr a ningún lado, todo estaba plagado de los enviados del infierno. Vi una pequeña cripta en la que no dude en meterme. Al meterme cerré la gran puerta que dentro había. Por las ranuras que aún quedaban entre piedra y piedra, la luna ilumino unas escaleras que parecían infinitas.

     Las baje, nunca había entrado en una cripta y seguramente, si lo hiciera, lo haría algo muerto. Estaba bajando esas escaleras y cada paso era menos visión, menos luz. Cada escalon que bajaba era un escalofrio, era un ruido distinto. Llegue al suelo y no veía nada. Empecé a tocas las paredes en busca de alguna clase de palo o antorcha, puesto que yo tenía un mechero. En lo que sacaba segui tocando, note algo suave pero de forma extraña. Encendí el mechero, lo acerque a esa piedra y mi grito hubiera despertado a todos los muertos del cementerio, si no lo estuvieran ya. Era una calavera y aun con todos los dientes. Solte el mechero y volvi a perder la poca visión que me quedaba. Me arrodille y tanteando el suelo en busca de mi mechero.

     Lo encontré, al encenderlo vi una tela roja, perteneciente a un pantalón. Subí la vista junto a la luz del mechero y vi una camisa, ya me temía lo peor. Subiendo un poco más vi, perfectamente, que era un cadáver. Di un paso atrás y otro grito lance al viento y esta vez, tras esto, se encendieron unas antorchas que iluminaron hasta el rincón más recóndito de la cripta. Al fondo, junto a una tumba muy bien cincelada había un cuerpo, erguido, el cual alzaba su mano señalándome y con voz grave, procedente del infierno mismo:

Me envían en tu busca
Los que no quiere ni ver,
Pues, estando muertos o vivos
Tu alma quiere tener.

¿Sientes ahora el miedo?
¿Sientes ahora el dolor?
Grítalo, todo será mejor.
Grítalo y para ti, todo acabo.

Lo grité, claro que lo grité. “¡Tengo miedo! ¡Estoy aterrado! ¡Tú ganas, déjame en paz!” grite y grite, pero nadie me contesto, lo único es que el cuerpo momificado regreso a su tumba y cuando estuvo dentro oí con la misma voz del cuerpo:

Sé que tenías miedo y por eso hice esto.
Ya ha acabado tu tortura.
Felicidades. Quedas libre.

Me sentí libre, suspire de alegría. Subí las escaleras mientras se apagaban las antorchas. Cuando llegue al piso de arriba la puerta estaba abierta y al salir, a pesar de seguir siendo de noche y a pesar de todavía haber una neblina aterradora, no había ni un alma. Salí y todo estaba muy tranquilo. Suspire de alivio, entonces, me di media vuelta, mire sobre la puerta de la cripta y había un busto de Palas, posado en él un cuervo, a mis espaldas, en las ramas de un árbol viejo y retorcido, un gato negro de un solo ojo, pues el otro lo tenía cocido. Cuando volví a mirar al cuervo, este me dijo: “Nunca más”. En ese momento me atraparon los cuerpos que creía desaparecidos, me taparon la boca y me apresaron. Me llevaron hasta una tumba vacía, cuando miré la lápida me vi una foto, era yo. Ahí me tiraron como si un trapo fuera y empezaron a enterrarme. Lo comprendí todo, me otorgaron la libertad, la libertad espiritual. Me habían entregado mi muerte. Casi no vi nada más, pues me estaba cayendo tierra desde el exterior. Fue ahí cuando descubrí que la vida es tan efímera, como el viento. Pasa rápido, pasa lento, pero siempre pasa y no vuelve nunca más.


Continuará…

LAS CARTAS SIN REMITENTES. 5

Quia pulvis es et in pulverem reverteris  (Génesis 3, 19)

     No quedaba nada para desaparecer, ya no sentía nada, ni un solo musculo. Casi no podía ver, estaba todo borroso. Estaba cayendo en un sueño eterno del que no regresaría. En ese momento, segundos antes de desaparecer, vi como la estatua petrificada de Cthulhu era absorbida por una gran sombra y fue lo último que vi.

     Abrí los ojos. Estaba cogido por los brazos sobrevolando un lugar en el que la luz del sol no llegaba. Algo confuso pude ver caminando unas criaturas que me sonaban. “Imposible” dije mientras los observaba mejor y así era:
Enormes y resbaladizos seres de color gris blanquecino que podían expandirse y contraerse a voluntad, habían Brown Jenkin e incluso Shoggoth, que eran seres cúmulo informe de burbujas protoplasmáticas, ligeramente auto-luminoso, y con miríadas de ojos temporales de formación. No podía creérmelo, cuando mire a los seres que me llevaban en volandas eran Cazadores Espectrales, más conocidos como Psicopompos. A mi alrededor una bandada de  cuervos. Grité “¿Dónde estoy? ¿A dónde me llevan?” a esto los cuervos me gritaban: “Nunca más”. En ese momento lo comprendí todo; había entrado en mis libros y lo peor de todo: eran de Allan Poe y Lovecraft.

     Poco tiempo más tarde los Psicopompos empezaron a descender hasta llegar a la tierra. Cuando ya estábamos en el suelo, me soltaron y se desvanecieron, dejándome solo en una llanura desértica. Mire a mi alrededor y oí a mi espalda un rugido, me gire y le vi. Era la estatua hecha carne de Cthulhu que me miraba con los ojos ensangrentados. “¿Qué quieres de mí?” le grité, levanto el brazo y señalo a una silla que había a mi espalda, en la cual me senté. Me había leído mucho de Lovecraft y sabía el poder de Cthulhu. Una vez sentado note algo en mi cuerpo. Una presión que me prohibía moverme. La silla empezó a andar, se movía lentamente al frente, aumentando poco a poco la velocidad hasta que casi no veía lo que había a mi alrededor. Al fondo vi un gran acantilado al cual me dirigía sin posibilidad de salvarme. Intente saltar de la silla pero al darme cuenta ya estaba cayendo. “adiós” dije, “este es mi fin” me comente a mí mismo. No veía el suelo puesto que la oscuridad reinaba. Cerré los ojos y caí.

Sentí un gran golpe de aire en mi pecho y abrí de golpe los ojos. Estaba en una habitación blanca, muy blanca e iluminada. No parecía una habitación normal. No había absolutamente nada. “¿Dónde estoy?” pregunté y fue entonces cuando:

¿Cuéntame, te ha gustado
Este viaje tan inesperado?
Yo sé que sí. A ti sé que sí.
Sé que el viaje te ha encantado.

“¡No!” grité. Estaba muy alterado, ese ser jugaba conmigo, con mi mente. O por lo menos lo que de ella quedaba.

¿No te ha gustado el juego
Que amablemente he preparado,
En el que tanto de mi he puesto
Y el que tanto me ha costado?

Seré amable, te daré otra opción
Que será dar media vuelta.
Y sobre esa buena mesa
Coger un sobre de los dos.

     Me di buena y vi dos sobres en una mesa la cual acababa de aparecer de la nada, una de las cartas tenía un lazo negro y la otra tenía una naranja. El negro me daba malas sensaciones por lo que cogí el naranja y en ese momento tanto la mesa como la otra carta desaparecieron. Abrí la carta:

Naranja, muy bonito color
Podría serlo más que el negro
O eso es mi buena opinión.
Lástima que eso no sea
Tan bueno como debería ser
Pues si con el caluroso fuego
El color se llegara a asociar,
Creo que le deberías temer.

Me aterre. En ese momento note un gran sueño, al cerrar los ojos note que algo cambiaba a mi alrededor. Al abrir los ojos me alegre y a la vez me abatí. Estaba en las escaleras tirado, justo como me había quedado. Pero a diferencia de antes, todo estaba completamente ordenado, limpio. Solo un detalle, vi un poco de humo en la sala y lentamente se extendía por toda la casa. Cuando quise entrar en la sala las llamas me lo prohibieron. Intente salir de mi casa, pero la puerta estaba cerrada, ni el picaporte se movía. Todas las ventanas estaban selladas con las maderas caídas del techo, y el humo me impedía seguir en ese piso. Corrí escaleras arriba y cuanto más corría más rápido subían las llamas. Corrí a mi habitación, con la esperanza de que la ventana que tenía estuviera descubierta. Y así fue, además todos mis libros estaban tirados en el suelo, todos los libros a los que viaje. Lo que más me sorprendió fue que mi habitación no tenía ni rastro de fuego, ni el humo que predominaba más que el aire. Cuando fui a abrir la ventana un escalofrió me recorrió todo el cuerpo me gire y vi una sombra que proyectaba un ser gracias a las llamas que quemaban mi casa. Ese engendro era peor que cualquier otro que en la última semana me ha “visitado”, no era el ser encapuchado que me perseguía. Esa sombra emanaba frio, miedo, el mayor de los terrores. Desprendía algo que era imposible de definir con palabras.

Cuando ese engendro estaba a menos de medio metro me entro el pánico y cerré mi puerta de un portazo. Vi por la ranura de la puerta a ese ser, estático, delante de la puerta. Algo a mi espalda me llamo. El ser que me seguía en el pasillo empezó a mover el picaporte. A mis espaldas algo empezó a llamarme. Cuanto más miedo tenía más poder notaba que el engendro tenía. Cada vez me llamaban más fuertemente en el susurro. Era el grito del silencio. Me di media vuelta y quede estupefacto. Era él.

viernes, 25 de abril de 2014

LAS CARTAS SIN REMITENTES. 4

     Note sus pasos acercándose. Me paralicé. El miedo que sentí en ese momento no podía ser normal. Era el ser que me atrapo en el agua, el ser que me escribió en el espejo, ese era el ser de mis pesadillas y el que había exterminado a toda la raza humana. No me podía creer aquello. Vi como su sombra se extendía en mi espalda y notaba como respiraba. Eche a correr sin mirar a mis espaldas. Corrí pues, verdaderamente, mi vida iba en ello.

Corrí varias calles hasta perder de vista el parque. Cuando me di la vuelta para ver si había dejado ese parque a tras me alegre, había corrido más que nunca y cuando me di media vuelta supe que estaba a muchos metros de ahí. Pero al intentar volver a caminar me di cuenta de una cosa: el parque estaba en frente de mí, otra vez. Esto era muy raro. Sabía que no tenía escapatoria. Me fui a adentrar en el parque, al dar el primer paso algo me empujo y quede, por unos segundos aturdido, cuando me recupere estaba en mi casa. Acababa de entrar por la puerta de mi casa. 
Todo estaba tal cual lo deje. El silencio predominaba, reinaba el silencio más absoluto. Ni hablar quería, pues ese silencio era digno de conservar. Oí un ruido en el piso de arriba, cuando mire hacia las escaleras mí una sombra pasando de un lado a otro, casi sin tiempo para poder verla, por el pasillo del piso de arriba. Ya no tenía miedo a ese ser. Me quería enfrentar a él. Quise subir las escaleras. Casi llegando a la mitad, vi por el rabillo del ojo que acababa de entrar al salón, que estaba a la derecha de la entrada. Baje corriendo y cuando entre en la sala estaba empezando a sonar una sonata de Beethoven. Ese ser es un aficionado a mis discos. La Sonata para piano n. º14, “Claro de Luna”.  Vi su sombra en mi cocina y corriendo fui hasta ella. Y solo estaba la carta, envuelta con un lazo amarillo. Al abrir la carta, ¡Oh que estupor! Otro poema:

Beethoven sonando con su grandeza
Ondean sus notas en el aire
Rodeándonos con su belleza.
Juega con esas notas superfluas
Ambicionando más riqueza.

Esa historia me recuerda
A una fábula muy común
Con un rey muy avaro
Casi tanto como tú.

Ahora deseas amigos
Ahora me deseas ver
Pero como a este rey
Por todo querer
Y por ello poco hacer,
Que Baco a ti te de
Su mismo poder.

     ¿Cuál fue mi reacción? Reírme. “vente aquí,  no seas cobarde”, le decía mientras más me reía. Corriendo subí las escaleras hasta llegar a mi cuarto. Una vez allí “sal aquí, cobarde. Si es verdad que tanto poder tengo ahora y todo en oro lo convierto. Sal y te hare a ti de oro. Así valdrás más de lo que vales ahora, ser inmundo.” En mi mesa de noche había un libro al que le tenía mucho cariño, de H.P. Lovecraft, “El Necronomicón”.  Me vi ese libro abierto por una página y subrayado un nombre: Cthulu y sobre mi almohada un busto suyo. A él si le tenía miedo por su poder en los libros. Si lo escrito se hiciera real todo el mundo sería una locura. Los ojos del busto comenzaron a teñirse de rojo y seguido un tono amarillo intenso y del salió un chirrido muy estrepito. Me asuste bastante. Y corrí pasillo hasta llegar a las escaleras cuando las fui a bajar le vi. Vi a ese ser de espaldas a mí, justo al final de las escaleras. Me agarre del pasamanos para bajar y cuando lo toque, pensando que de oro se haría, no fue así, simplemente se hizo polvo. Se deshizo en mis manos. Pensé: “este es su final, lo tocare y así acabare con todo mi mal”. Ese ser tenía una gran túnica negra cubriéndole desde la cabeza a los pies. Oí un ruido, antes de llegar a bajar todas las escaleras me di media vuelta y me vi la estatua de Cthulu mucho más grande y lo peor. Estaba viva. Se intentó abalanzar sobre mi yo para protegerme lo intente agarrar y quedo petrificado en el aire. ¿Un demonio es indestructible incluso contra la fuerza de un dios?


     Estaba asustado y a la vez algo cabreado pues pensaba que ese ser ya no estaría ahí. Baje los últimos escalones y levante mi mano hacia ese ser. Antes de tocarlo giro de golpe. Me asuste, quede atónito ante su rostro. Caí en las escaleras de golpe. Ese ser se abalanzo sobre mí y quedamos cara con cara. Ese ser, tenía mi cara. Era yo. Pero yo sabía que ese no era su verdadero rostro. Yo sabía que eso era una macara. Lo quería matar, por ello le agarre con mi mano derecho su mano izquierda y se le transformó en polvo al instante. Pero, no supe que hacer. Un fuerte dolor me dio en mi mano izquierda, cuando me la mire estaba convirtiéndose en polvo también. Ese ser me cogió la mano que aun tenia y se la llevó hasta una pierna. Y así el perdería esa pierna, pero yo también. Por ultimo empezó a acercarse la mano a su rostro… mi rostro. Con todas mis fuerzas, las pocas que ya me quedaban, intente apartar mi mano. Pero ya era tarde. Mis dedos ya habían tocado sus mejillas y ya notaba como su piel se secaba hasta hacerse añicos y con ella, mi cara también. 

jueves, 24 de abril de 2014

LAS CARTAS SIN REMITENTES. 3

      Otro día más, con miedo a mi propia casa, me desperté. Desayune con pavor a que cualquier cuchillo de la cocina valora hacia mí. Pero nada paso, y lo peor, no sabía si me tenía que alegrar por ello. Aquello me estaba volviendo loco, aunque, lo pensaba y me decía: “ya estoy loco, no solo por lo que me estaba pasando, sino también porque aún no me había ido de allí”.

     Todo parecía escrito por un psicópata, un perturbado al que, al ver como es la vida queda traumado con sus propias ideas y preguntas sin contesta.

     Ese día, quiso un amigo, que saliera a dar una vuelta y despejarme, aunque él no sabía nada de lo que me pasaba. Necesitaba descansar sin aguas vivientes y enfurecidas de Poseidón o sangre derramada en honor al gran Ares.

Llegue a la casa y pasamos unas cuantas horas hablando, cuando en ese momento empecé a sentirme algo famélico y le comente la idea de salir a comer fuera. Le encanto y salimos y comimos en un bar, donde, la comida servida era magnifica y el café muy bueno. Siempre iba a este bar por el café. Cuando ya salimos y caminamos por la calle durante largo rato, empezó a atardecer. El ocaso lo odiaba. Ese era el momento en el que los enamorados se proclamaban reyes del mundo objetando que ante el amor el sol se postra.  Era el momento de los amantes y del amor en general.

     Mi amigo tenía que irse, pero yo prefería quedarme un poco más de tiempo. Pasee durante un cuarto de hora, puede que media. Vi que anochecía y tenía algo de frio por ello volví al bar y pedí una manzanilla para entrar en calor y después irme al infierno al que llamaba casa. Cuando me sirvieron me di cuenta que ya era de noche, y que no me había llegado ninguna carta. Eso me alegraba y a la vez me extrañaba. Mire a mi alrededor y no vi a nadie raro. En el bar solo estaban las camareras y creo que una mujer en la mesa de mi espalda.

Terminé de beber y salí de ese lugar. Quería ir a mi casa y olvidarme de todo, intentar no encontrarme con nadie y mucho menos con una carta. Cuando iba a torcer la esquina:

-¡señor, señor! Se ha dejado esto.- dijo mientras corría hacia mí la camarera que me había servido. Me gire y ¡Qué sorpresa! Una carta. Otra más. No había salido del infierno. Pero pensé: ¿qué pasaría si no la abro? Así fue, cogí la carta que la camarera me dio y cuando llegue a mi casa la deje en la mesa de mi cocina. Y no la quise volver a ver.

Subí hasta mi cuarto y cuando entre la vi en mi cama, me asuste, pero aun así no caería en la trampa. Fui al baño ya hasta cabreado con la carta y la mala suerte. Al entrar al baño vi la carta del diablo en la repisa del espejo. La cogí, la lance al suelo y con rabia grite: “¡Mal demonio, sal de aquí! No quiero ni una sola carta más. Sal de mi vida”. Cerré la puerta del baño de un portazo y dejé la carta por fuera. Una vez encerrado en el baño pensé en lo extraño que era que la carta no tuviera cinta. No había ningún color en la carta. Y por ello ¿qué me podría pasar sin ningún color? Cuando salí de la ducha, ya bañado, y me empecé a secar. Me entro un gran escalofrió que me recorrió todo el cuerpo y, en ese momento, ese ser invisible comenzó a escribir en el ahumado espejo:

Pensabas que de mi te librabas
Yo que tu no lo creía así
No te libraras de tu destino
Y tu destino es morir.
 
No quieres que nadie te moleste
No quieres ni que a ti se acerquen
Pues ten seguro que eso pasara
Serás el único sobre la faz.

No me podía creer lo que leía, Salí corriendo y cuando mire al suelo la carta no estaba, la verdad es que no me importó, pero cuando ya estaba en mi cuarto me mire en el gran espejo que tenía y estaba bien. No me habían amputado nada, estaba bien. Solo algo asustado y, como era propio esos días, mojándolo todo.

No pasaba nada y eso no me gusto. Me dormí bastante bien y alegre, nada me había pasado. A lo mejor el ser se cansó de mí y me dejo en paz.

     Tranquilamente desayune y cuando todo estaba completamente limpio salí a la calle con ganas de hablar con cualquier persona. Pero no había nadie y NUNCA MÁS habría nadie.

Ande por las calles extrañado por estar todo vacío, a la hora me empecé a asustar. Corrí de un lado a otro y no vi a nadie. Todo eso me daba bastante miedo, estaba completamente solo, ni un solo peatón, ni un solo coche, ni un solo local abierto. Cuanto más tiempo pasaba más corría yo. Girando de esquina en esquina. Pasando de calle en calle. Gire una esquina y mire a uno de los edificios más altos de la ciudad y en el estaban escritas con letras tenebrosas

La soledad es tu amiga y la única
Que te acompañará para siempre. 

     En ese momento una locura estallo en mí. Empecé a oír voces que me decían que no saldría vivo. Otras me decían corre, va a por ti. Otras que no tenía salvación, ese era mi fin. Corrí hasta la casa de mis amigos. NADIE. Corrí hasta los bares de confianza. NADIE. Solo yo y cuando llegue al parque donde encontré la segunda carta oí a alguien caminando a mis espaldas. No estaba solo. Ese ser iba a por mí.

miércoles, 23 de abril de 2014

LAS CARTAS SIN REMITENTES. 2


      Me desperté a la mañana siguiente, estaba todavía conmocionado con lo sucedido. “tengo que evadirme” pensé. Mi manía ante la limpieza era tal que me negaba a tener sucio el mas mínimo rincón de mi casa. Al desayunar y ensuciar has un vaso, tenía que lavarlo. Claro está que necesitaba bañarme desde que desperté, pero el miedo, al estar cerca del baño, aumentaba y el recuerdo que a mi mente viene del agua me atormentaba. Una vez lo ordene todo, cogí mi abrigo y salí de mi casa.

     Era un día de frio pero eso no me importaba. Fui al parque más cercano y a medida que pasaba el día se oscurecía más y más el cielo, y no era porque Helio tirara de su carro y se llevara el sol, sino porque las nubes cubrían el cielo impidiendo ver el más pequeño rayo de sol. Cuando me iba a ir, me levante y me puse bien la chaqueta y comencé a andar. Algo me obligo a mirar al banco que estaba a mi izquierda y me percate que una carta estaba en él. No ponía nada, pero sabía, por el lazo azul que la envolvía, que era para mí. La cogí y cuando quise abrirla para empezar a leer, comenzó a llover y, a prisa, fui hasta mi casa y una vez dentro me senté en mi sillón. Yo tenía un reproductor de música y mil discos, todos con los grandes de la música clásica: Bach, Mozart, Chopin, y mi favorito Beethoven. Me puse a escuchar a Beethoven, la 5ª sinfonía era mi favorita. Las cuerdas discutiendo, con los instrumentos de viento, por la supremacía de la orquesta, haciendo única cada audición. Abrí la carta muy despacio, con miedo, pero con seguridad. Claro estaba, otro poema:

Veo que te gusta Beethoven
Sus obras me recuerdas
Por la magnitud de las cuerdas
A cuando yo joven.

Tchaikovski yo creo
Que es mucho mejor
Con golpes de tambores
Quita de mi vida lo peor. 

Escucha su obertura de
Mil ochocientos doce
Y comprobaras que la muerte
Acecha en los rincones

 

     Yo no le haría caso a una carta, sin saber quién es el remitente, pero por lo que me paso, creo que sería mejor hacerle caso. Puse la obertura y empezaron los cánones. Mi obsesión me ganó y con miedo, fui a bañarme mientras, de fondo, se oía esta obra tan maravillosa. Me fui hasta la bañera y me bañe con bastante pavor, pero de pronto empezó el agua a salir muy fría. Salí de golpe, ya bastante frio hacía en la calle como para que yo m bañara con el agua así. Salí con mi albornoz y fui hasta el sótano, cuando llegué vi un charco formado por una gotera de una vieja tubería que estaba allí. La tenía que cambiar, pero no había tenido tiempo. Mire la caldera y estaba apagada. Alguien la había apagado y eso me dio bastante pavor. Quise salir corriendo de allí pero cuando me di cuenta el charco no era un charco, ya había crecido y me llegaba por el tobillo y muy rápidamente empezó a aumentar el nivel del agua. Corriendo llegue hasta las escaleras y cuando me di la vuelta habían casi metro y medio de agua. Aquello me pareció una locura, pero así era. Vi una sombra moviéndose en el agua pensando que era un suéter metí el brazo, cuando lo iba a tocar empezaron a sonar los tambores y me sorprendí, la puerta se cerró de golpe y cuando miré a ella algo me cogió del brazo. Cada golpe de tambor que Tchaikovski daba me india mas y ese ser que me agarro y me golpeaba contra el suelo y los objetos de mi alrededor. No podía mantener más la respiración, en ese momento entendí que el lazo azul de la carta era una clara referencia a mi hundimiento en el agua y a mi muerte. Quede inconsciente.

Desperté en mi sillón y un camino de agua desde el sillón hasta el sótano. Estaba empapado y con grandes hematomas por todo mi cuerpo. Alguien había cambiado el disco y había puesto a Chopin. La marcha fúnebre. Alguien iba a por mí. Sabía que iban a por mí. Pero como habían entrado, ¿cómo una carta escrita desde hacía horas sabía que oiría y en qué momento? Todo era muy extraño. Me levante y mire el sótano. Abrí la puerta con la sensación que algo había allí. Pero no había nada. No había NADIE. Todo estaba seco. Corrí a la ducha, me termine de duchar y me fui a dormir. No sabía cómo conseguía dormir con todo lo que me pasaba. Pero la pregunta más importante era: ¿Qué me pasaría al día siguiente?