Quia pulvis
es et in pulverem reverteris (Génesis 3, 19)
No quedaba nada para desaparecer, ya no sentía nada, ni un solo
musculo. Casi no podía ver, estaba todo borroso. Estaba cayendo en un sueño
eterno del que no regresaría. En ese momento, segundos antes de desaparecer, vi
como la estatua petrificada de Cthulhu era absorbida por una gran sombra y fue
lo último que vi.
Abrí los ojos. Estaba cogido por los brazos sobrevolando un lugar
en el que la luz del sol no llegaba. Algo confuso pude ver caminando unas
criaturas que me sonaban. “Imposible” dije mientras los observaba mejor y así era:
Enormes y resbaladizos seres de color gris blanquecino que podían
expandirse y contraerse a voluntad, habían Brown Jenkin e incluso Shoggoth, que
eran seres cúmulo informe de burbujas protoplasmáticas, ligeramente
auto-luminoso, y con miríadas de ojos temporales de formación. No podía creérmelo,
cuando mire a los seres que me llevaban en volandas eran Cazadores Espectrales,
más conocidos como Psicopompos. A mi alrededor una bandada de cuervos. Grité “¿Dónde estoy? ¿A dónde me
llevan?” a esto los cuervos me gritaban: “Nunca más”. En ese momento lo comprendí
todo; había entrado en mis libros y lo peor de todo: eran de Allan Poe y
Lovecraft.
Poco tiempo más tarde los Psicopompos empezaron a descender hasta
llegar a la tierra. Cuando ya estábamos en el suelo, me soltaron y se
desvanecieron, dejándome solo en una llanura desértica. Mire a mi alrededor y oí
a mi espalda un rugido, me gire y le vi. Era la estatua hecha carne de Cthulhu
que me miraba con los ojos ensangrentados. “¿Qué quieres de mí?” le grité,
levanto el brazo y señalo a una silla que había a mi espalda, en la cual me senté.
Me había leído mucho de Lovecraft y sabía el poder de Cthulhu. Una vez sentado
note algo en mi cuerpo. Una presión que me prohibía moverme. La silla empezó a andar,
se movía lentamente al frente, aumentando poco a poco la velocidad hasta que
casi no veía lo que había a mi alrededor. Al fondo vi un gran acantilado al
cual me dirigía sin posibilidad de salvarme. Intente saltar de la silla pero al
darme cuenta ya estaba cayendo. “adiós” dije, “este es mi fin” me comente a mí mismo.
No veía el suelo puesto que la oscuridad reinaba. Cerré los ojos y caí.
Sentí un gran golpe de aire en mi pecho y abrí de golpe los ojos. Estaba
en una habitación blanca, muy blanca e iluminada. No parecía una habitación normal.
No había absolutamente nada. “¿Dónde estoy?” pregunté y fue entonces cuando:
¿Cuéntame,
te ha gustado
Este viaje tan
inesperado?
Yo sé que sí.
A ti sé que sí.
Sé que el
viaje te ha encantado.
“¡No!” grité. Estaba muy alterado, ese ser jugaba conmigo, con mi
mente. O por lo menos lo que de ella quedaba.
¿No te ha
gustado el juego
Que amablemente
he preparado,
En el que
tanto de mi he puesto
Y el que
tanto me ha costado?
Seré amable,
te daré otra opción
Que será dar
media vuelta.
Y sobre esa
buena mesa
Coger un
sobre de los dos.
Me di buena y vi dos sobres en una mesa la cual acababa de
aparecer de la nada, una de las cartas tenía un lazo negro y la otra tenía una
naranja. El negro me daba malas sensaciones por lo que cogí el naranja y en ese
momento tanto la mesa como la otra carta desaparecieron. Abrí la carta:
Naranja, muy
bonito color
Podría serlo
más que el negro
O eso es mi
buena opinión.
Lástima que
eso no sea
Tan bueno
como debería ser
Pues si con
el caluroso fuego
El color se
llegara a asociar,
Creo que le deberías
temer.
Me aterre. En ese momento note un gran sueño, al cerrar los ojos
note que algo cambiaba a mi alrededor. Al abrir los ojos me alegre y a la vez me
abatí. Estaba en las escaleras tirado, justo como me había quedado. Pero a
diferencia de antes, todo estaba completamente ordenado, limpio. Solo un
detalle, vi un poco de humo en la sala y lentamente se extendía por toda la
casa. Cuando quise entrar en la sala las llamas me lo prohibieron. Intente salir
de mi casa, pero la puerta estaba cerrada, ni el picaporte se movía. Todas las
ventanas estaban selladas con las maderas caídas del techo, y el humo me impedía
seguir en ese piso. Corrí escaleras arriba y cuanto más corría más rápido subían
las llamas. Corrí a mi habitación, con la esperanza de que la ventana que tenía
estuviera descubierta. Y así fue, además todos mis libros estaban tirados en el
suelo, todos los libros a los que viaje. Lo que más me sorprendió fue que mi habitación
no tenía ni rastro de fuego, ni el humo que predominaba más que el aire. Cuando
fui a abrir la ventana un escalofrió me recorrió todo el cuerpo me gire y vi
una sombra que proyectaba un ser gracias a las llamas que quemaban mi casa. Ese
engendro era peor que cualquier otro que en la última semana me ha “visitado”,
no era el ser encapuchado que me perseguía. Esa sombra emanaba frio, miedo, el
mayor de los terrores. Desprendía algo que era imposible de definir con
palabras.
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