sábado, 10 de mayo de 2014

LAS CARTAS SIN REMITENTES. 7


     Me desperté, pero algo me impedía abrir los ojos, pensé que era la tierra que aún me cubría pobre y desgarrado, pos los putrefactos cadáveres vivientes, cuerpo. Pensaba que yo ahora sería uno de esos muertos vivientes, no era así, y me alegraba, una alegría por fin. También me di cuenta que no había tierra sobre mi porque moví las manos y los pies y aunque me dolían bastante por todas las heridas que me produjo la tierra al caer sobre mí y los empujones y arañazos de aquellos seres.
      Cuando conseguí llevar mis manos a mi cara y a su vez a mis ojos me di cuenta que era una venda la que me prohibía abrir los ojos. Cuando, a duras penas, conseguí quitarme esa venda y vi una luz blanca sobre un techa aún más blanco. Ese techo estaba dividido en placas y a mí alrededor se oían ruidos extraños, como de máquinas.
Mire a mi alrededor y eran máquinas de hospital a las cuales estaba yo conectado; eran criómetros. Ante mi mirada, aun algo difusa y desenfocada por el deslumbramiento de aquel foco, logre ver una habitación de hospital.
       Realmente nunca había estado en ese hospital, y me resultaba extraño ver que estaba lejos de mi ciudad, ya que estaba claro, que ese no era el hospital de mi ciudad, y claro estaba, también estaba lejos de mi casa. Mi endemoniada casa.
     En pocos minutos, aun conmocionado, una joven rubia vestida con larga bata de enfermera, entro y sin decir ni una sola palabra, cogió un libro que había en una silla cercana a mí.
     “hola ¿sería tan amable de decirme dónde estoy?” le pregunte desde la camilla.
No me respondió. Ciertamente su rostro me era familiar, ese pelo rubio, esa pálida piel, ese perfume tan delicado y dulce; ¡Sabia que la conocía! Pero ¿De qué? Volví a preguntarle sobre mi paradero, pero ella seguía enfrascada en ese libro.
     - Séptima carta. Lazo negro- esa mujer leyó en ese libro esas palabras que me alejaron atónito.
¿Todo era parte de un libro? ¿Sería que yo estaba en coma, o por algún casual soñando y todo lo que esa mujer me leía yo lo vivía en el sueño? Aunque así fuera, ¿cómo había llegado hasta ahí?
Antes de que pudiera decirle nada continúo leyendo un poema, el poema correspondiente a la carta número siete:
¿Te ha gustado la aventura?
Pues no temas, no habrá más
Pero quiero que pienses en la vida
Y como la has de interpretar.
 
Sé que ahora me debes odiar
Sé que me debes detestar
Pero piensa que sin mi ayuda
Nunca hubieras vivido esta aventura.
 
Y con respecto al motivo o razón,
Que sepas que siempre he sido yo
El que te ha ayudado a disfrutar
De esta aventura algo difusa y singular.
 
-          ¿dices que ha sido una “grata” aventura?- le conteste furioso ante su lectura.
Se creó un silencio eterno que solo duro un segundo. Se levantó, cerro el libro y se fue de la habitación dejando en ella el libro con esas aventuras. Me fije en el libro y ponía en grande: “las Cartas Sin Remitente”. Intente fijarme más, pero no podía, no conseguí ver el nombre del autor. Creo que estaba en griego.
     Pocos minutos después de que la mujer se fuera, entraron unos doctores completamente tapados. Ni un ápice de piel conseguí verles. Eran cinco esos doctores, completamente tapados, quienes me rodearon mientras estaba en la camilla.
-          ¿Dónde estoy, doctor?- me dirigí a uno de ellos.
-          Estas con nosotros. Este bien. No te preocupes.
Al parecer mis palabras sorprendieron a otro doctor el cual le dijo “habla” a otro. ¿Qué era todo aquello? Entre tantos murmullos otro doctor me dijo “iremos un momento a buscar a una enfermera, ella te atenderá y cuidara mejor.” Ante esto, antes de que ellos se fueran les pregunte el nombre de la enfermera rubia que acababa de entrar en la habitación, a lo que me respondieron que dicha mujer no existía, y que mucho menos era una visita, puesto que esa planta estaba cerrada.
Quedé sorprendido. Ante sus palabras. Me levante y poco a poco conseguí llegar al parte médico que tenía a los pies de mi cama. Lo leí un poco por encima y quitando la jerga médica que no conseguí entender, si entendí:
“PACIENTE DIFUNTO. PROBANDO EL MÉTODO “SOTANAT”. NO ACERCARSE SIN PROTECCION, PUEDE SER PELIGROSO”
     ¡Difunto! ¡Yo no estaba difunto! Y ¿Qué era ese “Método Sonatat”? tenía que descubrirlo. Salí de mi habitación y cuando estaba en el pasillo no vi a nadie, Salí y camine por aquellos pasillos infinitos, no veía el fin. Cuando me di la vuelta, puesto que llevaba un buen rato caminando, no vi mi habitación, había desaparecido, camine intentando buscarla y lo único que encontré fue más pasillo para caminar. El silencio que existía se rompió de pronto con una leve voz. Era la voz de una niña canturreando. No se entendía bien lo que decía, camine un poco as y vi la habitación de la cual salía ese canturreo, entre y vi una niña sentada en una silla al lado de una cama vacía. Cuando me acerque a preguntarle cómo se llamaba o si se había perdido la niña me miro y siguió cantando: “No le temas a lo que no puedes ver, siempre se fiel y nada tendrás que temer.” Le pregunte como se llamaba esa canción que estaba cantando y la niña me dijo: “no gires la cabeza jamás, porque ellos te están viendo y quieren ir a por ti. Como hicieron con mi papa” señalo a la cama vacía, pero cuando mire, no era así. Vi a un hombre muerto desde hacía bastante tiempo puesto que ya estaba en descomponiéndose. Cuando mire a la niña no estaba y oí como un rumor procedía del pasillo, Salí y mire quien era, el pasillo estaba completamente oscuro, no había luz, pero, de entre la oscuridad sonaba un murmullo, algo que hablaba en la oscuridad. En ese momento sentí alguien tocarme la espalda y cuando me di la vuelta era la niña muerta, como el padre diciéndome: CORRE.
     Corrí y corrí y no quise mirar atrás porque ese murmullo se acercaba cada vez más a mí. Vi una puerta al final del pasillo y casi volé hasta ella, la abrí, me metí dentro y cerré la puerta. Suspire aliviado y me gire para ver donde había entrado. Estaba en un cuarto mortuorio, un grupo de mujeres vestidas de negro completamente estaban llorando alrededor de un ataúd abierto. Me acerque para darle el pésame a las mujeres y cuando mire a ver quién era el difunto, era yo.
     Me eche hacia detrás y tope con algo, cuando di media vuelta era el ser encapuchado, le quite la capucha para ver su rostro. Para mi sorpresa, sabía quién era. Era la mujer rubia. Ella me miro dulcemente y me dijo “ese ha sido tu fin” me cogió de la mano y me dijo cierra los ojos.
Los cerré fuertemente. Sentí confianza en esa mujer. ¿Sentía amor? Abrí los ojos y estaba en la nada, flotaba sobre la nada agarrado de la mano.
-¿Por qué me ha pasado todo esto?- le pregunte soltándole la mano. – ¿Qué hice yo?
“No es lo que has hecho, es lo que no has hecho. No has vivido la vida con ganas e ilusión. Es solo una demostración de lo triste que puede llegar a ser la vida. Pero, como has visto, ya no importaba, estabas muerto. Esas eran las mujeres que lloraban tu muerte. Ya no pasaba nada”
     Me quede atónito. Ella empezó a hablarme sobre mi vida, lo triste que fue, lo solo que me sentía. Ella me vigilaba y me seguía. En ese momento caí; ella estaba en todos lados. Me estuvo explicando que tanto en el parque, como en la cafetería, y por último en el hospital, ella estaba siempre ahí, vigilándome y mirando lo desdichado que era. Ella me intentaba salvar de la vida aburrida que llevaba. Ella empezó a alejarse de mi para dejarme en la soledad eterna y oscura, antes de que ella se fuera, le pregunte por el autor del libro y ella me contesto Θάνατος, y lo entendí todo. Θάνατος es la muerte griega y ese era su nombre y ese, a su vez, era el nombre, al revés, del “Método” que me hicieron en el hospital, como no me pude dar cuenta de mi muerte, si todo lo apuntaba así.
     Por último, antes de acabar nuestra conversación y perderla para siempre mientras estaba en la soledad eterna, le pregunte de que había muerto y ella me contesto en la lejanía: “De Soledad”.

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