Me desperté, pero
algo me impedía abrir los ojos, pensé que era la tierra que aún me cubría pobre
y desgarrado, pos los putrefactos cadáveres vivientes, cuerpo. Pensaba que yo
ahora sería uno de esos muertos vivientes, no era así, y me alegraba, una alegría
por fin. También me di cuenta que no había tierra sobre mi porque moví las
manos y los pies y aunque me dolían bastante por todas las heridas que me
produjo la tierra al caer sobre mí y los empujones y arañazos de aquellos
seres.
Cuando conseguí
llevar mis manos a mi cara y a su vez a mis ojos me di cuenta que era una venda
la que me prohibía abrir los ojos. Cuando, a duras penas, conseguí quitarme esa
venda y vi una luz blanca sobre un techa aún más blanco. Ese techo estaba
dividido en placas y a mí alrededor se oían ruidos extraños, como de máquinas.
Mire a mi alrededor y eran máquinas de hospital a las cuales
estaba yo conectado; eran criómetros. Ante mi mirada, aun algo difusa y
desenfocada por el deslumbramiento de aquel foco, logre ver una habitación de
hospital.
Realmente nunca
había estado en ese hospital, y me resultaba extraño ver que estaba lejos de mi
ciudad, ya que estaba claro, que ese no era el hospital de mi ciudad, y claro
estaba, también estaba lejos de mi casa. Mi endemoniada casa.
En pocos minutos,
aun conmocionado, una joven rubia vestida con larga bata de enfermera, entro y
sin decir ni una sola palabra, cogió un libro que había en una silla cercana a mí.
“hola ¿sería tan
amable de decirme dónde estoy?” le pregunte desde la camilla.
No me respondió. Ciertamente su rostro me era familiar, ese
pelo rubio, esa pálida piel, ese perfume tan delicado y dulce; ¡Sabia que la conocía!
Pero ¿De qué? Volví a preguntarle sobre mi paradero, pero ella seguía enfrascada
en ese libro.
- Séptima carta. Lazo
negro- esa mujer leyó en ese libro esas palabras que me alejaron atónito.
¿Todo era parte de un libro? ¿Sería que yo estaba en coma, o
por algún casual soñando y todo lo que esa mujer me leía yo lo vivía en el
sueño? Aunque así fuera, ¿cómo había llegado hasta ahí?
Antes de que pudiera decirle nada continúo leyendo un poema,
el poema correspondiente a la carta número siete:
¿Te ha gustado la
aventura?
Pues no temas, no habrá
más
Pero quiero que
pienses en la vida
Y como la has de
interpretar.
Sé que ahora me debes
odiar
Sé que me debes
detestar
Pero piensa que sin
mi ayuda
Nunca hubieras vivido
esta aventura.
Y con respecto al
motivo o razón,
Que sepas que siempre
he sido yo
El que te ha ayudado
a disfrutar
De esta aventura algo
difusa y singular.
-
¿dices que ha sido una “grata” aventura?- le
conteste furioso ante su lectura.
Se creó un silencio eterno que solo duro un segundo. Se levantó,
cerro el libro y se fue de la habitación dejando en ella el libro con esas
aventuras. Me fije en el libro y ponía en grande: “las Cartas Sin Remitente”. Intente
fijarme más, pero no podía, no conseguí ver el nombre del autor. Creo que
estaba en griego.
Pocos minutos después
de que la mujer se fuera, entraron unos doctores completamente tapados. Ni un ápice
de piel conseguí verles. Eran cinco esos doctores, completamente tapados,
quienes me rodearon mientras estaba en la camilla.
-
¿Dónde estoy, doctor?- me dirigí a uno de ellos.
-
Estas con nosotros. Este bien. No te preocupes.
Al parecer mis palabras sorprendieron a otro doctor el cual
le dijo “habla” a otro. ¿Qué era todo aquello? Entre tantos murmullos otro
doctor me dijo “iremos un momento a buscar a una enfermera, ella te atenderá y
cuidara mejor.” Ante esto, antes de que ellos se fueran les pregunte el nombre
de la enfermera rubia que acababa de entrar en la habitación, a lo que me
respondieron que dicha mujer no existía, y que mucho menos era una visita,
puesto que esa planta estaba cerrada.
Quedé sorprendido. Ante sus palabras. Me levante y poco a
poco conseguí llegar al parte médico que tenía a los pies de mi cama. Lo leí un
poco por encima y quitando la jerga médica que no conseguí entender, si entendí:
“PACIENTE DIFUNTO. PROBANDO EL MÉTODO “SOTANAT”. NO
ACERCARSE SIN PROTECCION, PUEDE SER PELIGROSO”
¡Difunto! ¡Yo no
estaba difunto! Y ¿Qué era ese “Método Sonatat”? tenía que descubrirlo. Salí de
mi habitación y cuando estaba en el pasillo no vi a nadie, Salí y camine por
aquellos pasillos infinitos, no veía el fin. Cuando me di la vuelta, puesto que
llevaba un buen rato caminando, no vi mi habitación, había desaparecido, camine
intentando buscarla y lo único que encontré fue más pasillo para caminar. El silencio
que existía se rompió de pronto con una leve voz. Era la voz de una niña
canturreando. No se entendía bien lo que decía, camine un poco as y vi la habitación
de la cual salía ese canturreo, entre y vi una niña sentada en una silla al
lado de una cama vacía. Cuando me acerque a preguntarle cómo se llamaba o si se
había perdido la niña me miro y siguió cantando: “No le temas a lo que no
puedes ver, siempre se fiel y nada tendrás que temer.” Le pregunte como se
llamaba esa canción que estaba cantando y la niña me dijo: “no gires la cabeza jamás,
porque ellos te están viendo y quieren ir a por ti. Como hicieron con mi papa”
señalo a la cama vacía, pero cuando mire, no era así. Vi a un hombre muerto
desde hacía bastante tiempo puesto que ya estaba en descomponiéndose. Cuando mire
a la niña no estaba y oí como un rumor procedía del pasillo, Salí y mire quien
era, el pasillo estaba completamente oscuro, no había luz, pero, de entre la
oscuridad sonaba un murmullo, algo que hablaba en la oscuridad. En ese momento sentí
alguien tocarme la espalda y cuando me di la vuelta era la niña muerta, como el
padre diciéndome: CORRE.
Corrí y corrí y
no quise mirar atrás porque ese murmullo se acercaba cada vez más a mí. Vi una
puerta al final del pasillo y casi volé hasta ella, la abrí, me metí dentro y cerré
la puerta. Suspire aliviado y me gire para ver donde había entrado. Estaba en
un cuarto mortuorio, un grupo de mujeres vestidas de negro completamente
estaban llorando alrededor de un ataúd abierto. Me acerque para darle el pésame
a las mujeres y cuando mire a ver quién era el difunto, era yo.
Me eche hacia detrás
y tope con algo, cuando di media vuelta era el ser encapuchado, le quite la
capucha para ver su rostro. Para mi sorpresa, sabía quién era. Era la mujer
rubia. Ella me miro dulcemente y me dijo “ese ha sido tu fin” me cogió de la
mano y me dijo cierra los ojos.
Los cerré fuertemente. Sentí confianza en esa mujer. ¿Sentía
amor? Abrí los ojos y estaba en la nada, flotaba sobre la nada agarrado de la
mano.
-¿Por qué me ha pasado todo esto?- le pregunte soltándole la
mano. – ¿Qué hice yo?
“No es lo que has hecho, es lo que no has hecho. No has
vivido la vida con ganas e ilusión. Es solo una demostración de lo triste que
puede llegar a ser la vida. Pero, como has visto, ya no importaba, estabas
muerto. Esas eran las mujeres que lloraban tu muerte. Ya no pasaba nada”
Me quede atónito.
Ella empezó a hablarme sobre mi vida, lo triste que fue, lo solo que me sentía.
Ella me vigilaba y me seguía. En ese momento caí; ella estaba en todos lados. Me
estuvo explicando que tanto en el parque, como en la cafetería, y por último en
el hospital, ella estaba siempre ahí, vigilándome y mirando lo desdichado que
era. Ella me intentaba salvar de la vida aburrida que llevaba. Ella empezó a
alejarse de mi para dejarme en la soledad eterna y oscura, antes de que ella se
fuera, le pregunte por el autor del libro y ella me contesto Θάνατος, y lo entendí
todo. Θάνατος es la muerte griega y ese era su nombre y ese, a su vez, era el nombre,
al revés, del “Método” que me hicieron en el hospital, como no me pude dar cuenta
de mi muerte, si todo lo apuntaba así.
Por último, antes de acabar nuestra conversación
y perderla para siempre mientras estaba en la soledad eterna, le pregunte de
que había muerto y ella me contesto en la lejanía: “De Soledad”.
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